Cerca de las vías del tren, migrante corriendo, Tenosique, Tabasco.
Foto: Irving Mondragón
Wilson
Un día lo veo en uno de esos albergues para migrantes en tránsito por México dibujando árboles, pasto y personas con círculos y palos. Las personas que él dibujaba tienen expresiones extrañas, así como su mirada.
Tiene 13 años. Habla poco. Le da pena. No es muy alto. Es de cuerpo bien formado y de huesos anchos. Ya parece un pequeño adulto. Entre risas de niño me saluda.
Wilson es amigo del Black, un pandillero hondureño de 16 años que anda en estos caminos donde la muerte pasa seguido. Wilson vive en uno de estos albergues para migrantes que son parte de la iglesia católica. Y aunque reciben dinero de organizaciones internacionales, no saben qué hacer con tantos menores que llegan ahí de manera permanente. En el albergue le dijeron que se quedara a pedir refugio, pero él nunca entendió bien qué era eso. Ni la COMAR (Comisión Nacional de Ayuda a Refugiados) ni el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) ni los del albergue ni los de migración supieron explicarle qué pedía.
Lo único que Wilson me dice es que tenía que esperar a ver si le daban “papeles”. Pues ahí se quedó cinco meses y al final le negaron el refugio. Para él la espera ha sido una tortura y su decepción fue completa al saber que no tendría papeles. Me cuenta que en la entrevista lo traicionaron los nervios y después de reírse sin razón, ya no pudo contestar preguntas. Él no encaja en la categoría internacional y nacional de “refugiado” tampoco en la de “protección complementaria”. Tiene la posibilidad de volver a solicitar “el estatus o condición de refugiado”. Pero emocionalmente ha quedado un poco destruido y no quiere volver a ilusionarse. Así que nadie va a ayudarlo.
Es que él tiene 13 años y no aguanta la desesperación de volver a esperar y esperar sin hacer nada en un albergue en donde hay poco que hacer para un adolescente. Y además, él tiene que permanecer ahí encerrado porque, aunque los de migración sepan que, tanto él como otros menores están pidiendo refugio, si los ven en la calle y sospechan que son centroamericanos, se los llevan y los encierran como presos hasta que los que tienen su custodia vayan por ellos. A Wilson lo persigue el desprecio hacia la juventud más pobre, huye de un país que prefiere verlo muerto antes que ayudarlo y llegó a otro igual: donde la gente prefiere no saber nada de él porque les arruina el día. Por estas razones su vida peligra.
Cuando Wilson observa algo, su párpado derecho cubre la mitad de su ojo. El otro está bien abierto. Es como si estuviera medio dormido, entonces cuando se queda mirando fijo, parece como si ese ojo se metiera dentro de sus pensamientos para mirarlos. Después como que despierta y se le queda una mirada boba, medio inocente, como de niño.
Dicen en las vías que Wilson llegó hasta acá a cambio de cogerse al hombre que le daba comida y lo guió desde Honduras hasta aquí. Y aquí en México también, Wilson ha sobrevivido de esa forma. Porque verán, aquí en Tabasco, así como dice el Black, hay muchos hombres que requieren de ese tipo de favores. Hablo de hombres casados, con hijos o solteros, viejos, separados, divorciados, adultos, de todo. Decido averiguar si lo que se dice en las vías es verdad. El aspecto más cínico del machismo mantiene estas relaciones bajo la sombra de la doble moral: desprecian la homosexualidad, pero la ejercen hasta la criminalidad.
Nelson es otro morro de 14 años - también de Honduras- que anda por las vías del tren. Le divierte charolear por las calles de Tenosique. Se junta con varios para caminar por este pueblo en donde el viento arrastra las cenizas del ingenio cañero que contamina el aire y les llena de ceniza las caras. Él me cuenta que un día andaba con Wilson ejerciendo el charoleo cerca de las vías del tren y un hombre como de 40 años se les acerca. Los mira a los dos y le pide a Wilson que lo acompañe a un cuartucho “yo me quedé viendo a Wilson y al viejo. Los acompañé hasta una cuartería, y se metieron a un baño y se encerraron ¿vea? Yo no me quedé a escuchar. El viejo me dio unos pesos para que yo fuera a comprar unos cigarros, me fui y al rato llegué… y pue’… ellos salieron y el viejo nos compró cerveza, cigarros y churros… pue’ ya sabe usted qué hicieron ¿vea? ¡hay no! ¡jajaja! ¡Wilson se pisó al viejo!”.
La creciente indiferencia ante estos jóvenes está presente. Forma parte de nosotros. Todo queda en lo profundo del océano donde nadie quiere mirar. Desde el principio, los chichos como Wilson deben enfrentar la imposibilidad de la opción. La mayoría de los jóvenes centroamericanos provienen de barrios pobres en los que hay una fuerte presencia de grupos criminales o pandillas. Y las autoridades de esos países, normalmente, criminalizan a los jóvenes que viven en estos contextos. Así que muchos deciden irse al norte para salir adelante, pero se topan con una sociedad que prefiere ignorarlos o también criminalizarlos o utilizarlos como mulas, o pedir rescate por ellos o utilizar sus cuerpos para la explotación sexual.
******************************************
Por las calles de Tenosique
Foto: Irving Mondragón
Don Simón
Don Simón tiene una esposa. Es cristiano, dice él. Vive solo, hasta donde sabemos. Su casa son dos cuartos y la sala, de un piso. Tiene fotos de su familia en la pequeña salita donde recibe visitas. El Black ya me había platicado de Don Simón. Es un viejo que vive por las vías, en la calle de Camarón, donde es común ver a los migrantes charoleando. El Black me cuenta que cuando los jóvenes pasan por la casa del viejo Don Simón, él les ofrece comida, los trata bien, les da ropa, los invita a pasar a su casa, les va pidiendo que hagan algún trabajito estúpido y les paga, los deja usar la computadora par que se conecten a Facebook y así empieza a tocarlos. “Pero ese viejo culero, conoce a los sureños, a los 13 de aquí de Tenosique. Ahí llegan con él cuando hay güiros y ahí los 13 les ofrecen pasar droga ¿me entiende? ¡e-eh! Wilson por una bolsa de churros le anda dando por todos lados a cualquier viejo culero.” Así habla el Black.
Un día quedo de ver a Wilson y no lo encuentro. Le digo al Black que vayamos a buscarlo. Anda en la casa del viejo, me dice.
“Yo aquí les doy de comer, nada de marihuana, nada de cervezas, solo me hacen algunos trabajos y ya. Yo tengo hijas, soy maestro, soy cristiano…” Don Simonsito se desvive cual villana de telenovela por justificar el hecho de tener a Wilson ahí metido en su casa. Yo solamente lo miro con ganas de arrancarle la cabeza.
¡Hey Wilson vámonos de aquí! Le digo al morro ¡Hasta acá te venimos a buscar! dice el Black mientras le sonríe con malicia a Don Simón.
¡Aquí no tienes por qué estar! Vámonos de aquí. Le digo en corto con la voz encendida. Wilson sale maleado de la casa del viejo, sus ojos brillan de coraje y vergüenza. El Black y yo salimos tras de él. Se adelanta, no nos espera. Se va.
¡Maldito viejo hijo de puta! le digo al Black. No se meta, no se meta en problemas por nosotros, nosotros no somos nadie. Lo volteo a ver con enojo, pero sus ojos paran mis palabras en seco. El Black tiene la mirada más dura que he visto en mi vida; es como el reflejo de una multitud de experiencias y emociones que se agrupan en sus ojos, simplemente la expresión es sus ojos no tiene nombre alguno.
Esa noche llamo a Pedro Ramírez. Él es un luchador social en esta región y trabaja los temas de prostitución, trata, etc. Un trabajo peligroso para cualquiera. Le cuento lo que había pasado. Ramírez conoce a Don Simón. Al mencionárselo sólo me dice “Sí. Si él les da comida y les paga por cualquier mandado, después les pedirá favores sexuales. No lo dudes.”.
El Black tenía razón.
Vuelvo a ver a Wilson un par de veces más. Me dice con risa penosa, al principio, y luego con mucha naturalidad, la cantidad de hombres que se le acercan a él y a otros de sus amigos a ofrecerles dinero o cualquier otra cosa por acostarse con ellos. Me dice que en el malecón de Tenosique también les ofrecen dinero por sexo. “Sólo hay que hablar un poco y ligerito le dicen a uno”. Es el acento, me quedo pensando. Prefieren a los centroamericanos porque pase lo que les pase, aquí nadie va a pedir justicia por ellos. Y esto es verdad. De acuerdo con la fiscalía de Tabasco, los crímenes cometidos en contra de migrantes han ido en franco crecimiento. Los delitos reportados han aumentado de 102 en el 2012 a 385 en el 2015, y estos son solamente los delitos que han sido denunciados. Además, de todos estos crímenes, el 90% no han sido resueltos.
Un buen día quedo de ver al Black y llega pensativo. Me pregunta que si de verdad me importa Wilson y yo le respondo que sí. “Pues está en casa de Don Simón. Vamos por él.” En la dura mirada de ese pandillero se asoma un poco de la humanidad que a él pocos le han dado. Vamos, le respondo.
El calor alcanza los 40 grados en este lugar. El Black y yo sudamos como puercos mientras caminamos hacia la casa del viejo. Llegamos. La puerta está abierta, solo el mosquitero nos impide entrar a la casa. Digo “hola buenas tardes” en voz fuerte y dos veces. Luego miro al Black y entramos. El viejo y Wilson no están en la sala, están en el cuarto de a lado que no tiene puerta y en donde está la computadora, una silla y una cama. Wilson está en la computadora mientras el viejo lo contempla sentado en la cama.
Ya le dije que Wilson no puede venir aquí ¿qué hace él aquí?
¡Ay! Es que ¡esto es su vida! Me dice mientras me señala la computadora.
Wilson nos mira sin creer que estuviéramos ahí. Ya habla, vámonos a la mierda de aquí Wilson. Le dice el Black, seco y duro. Sus ojos de avispa estaban rojos. Wilson obedece sin chistar. Ellos salen.
Él no puede venir aquí ¿me entiende? No importa que el venga, usted no lo va a recibir ¿me entendió?
El viejo balbuceaba cosas como “él viene aquí a comer… no los dejo fumar marihuana ni cigarros… yo soy cristiano… no, ya no va a volver.” Finalmente se calla.
Salgo de la casa, Wilson y el Black ya se han ido.
Algunas semanas después, el chico del ojo apagado se entera que le han negado el refugio. El Black me dice que Wilson se ha subido al tren. Él iba a tratar de verlo más arriba, pero nada es seguro.